16 de julio de 2013

ON THE ROAD


       Último jueves de junio. Tres de la tarde. El calor no ahoga, pero aprieta. Salimos de Zaragoza. Suena Dion & The Belmonts en la carretera. Huele a asfalto, a llantas que se agotan. Vehículos rellenos de gente que van o vienen de vacaciones. Domínguez, desde el asiento de atrás, observa todo a través del humo de su bisonte. Nosotros dos, delante.
        Yo manejo.
        -¿Va cómodo? -le pregunto.
        Domínguez fuerza una mueca que intenta transmitir amabilidad. Pero no le sale.
        Lo miramos.
        Nos miramos.
        -¿Me lees? -pregunto.
        -Claro -oigo contestar.
        Domínguez nos mira de reojo.
        Pasamos por Calatayud. Un pitillo. Un descanso de la lectora.
        -¿Dónde vamos? -pregunto.
        -A Madrid. A presentar Estúpidos y Felices -oigo responder.
        Domínguez, ahora sí, se acerca a nuestros asientos y nos enfila a cada uno con un ojo.
        -No me gustan las presentaciones en sociedad, capullos -son sus primeras palabras tras una hora de viaje. Serán las últimas.
        Durante la hora y media siguiente no escucho nada más que la lectura de Estúpidos y Felices. Domínguez fuma y de vez en cuando da un trago a su petaca. Luego, un espasmo. Hace como que no, pero nosotros sabemos que le gusta.
        Al llegar a Guadalajara comienza un desfile de centros comerciales, naves industriales que ya no producen y colmenas residenciales que no se venden. Hago el último intento.
        -¿Contento de volver al Foro?
        Que te jodan, mascachapas. Le leo el pensamiento.
        Parece que el resto del mundo ha quedado en Madrid a la hora en que nosotros entramos. No hay lectura. Suena Burning.
        Llegamos al hotel. Una habitación doble. Domínguez piensa que Madrid es el mejor lugar para pasar la noche en vela. Aunque tampoco lo dice.
        En la Plaza Dos de Mayo, en Malasaña, hay bares, terrazas, puestos y mucha gente con ganas de vivir la vida bien vivida. Una cerveza y un reencuentro casual tras muchos años. Unas cervezas muy frías y un Dyc sin hielo.
        Muchos esfuerzos después conseguimos despegar a Domínguez de la silla y el vaso de whisky. Llegamos a librería Arrebato.
        Mónica, Lou y Luis llegan. Besos. Abrazos. Sonrisas sinceras. Luego llega Escu. Una enciclopedia curtida en la calle. En la puta calle. Más cervezas.      
        Llega la hora. Domínguez se deja querer por un rincón. Nadie lo ve. Ni a él ni a su petaca.
Yo comienzo a hablar y pienso en la gente que me escucha. Miro sus caras, sus poses. No los conozco, pero a los cinco minutos todos parece que llevemos allí media vida.
        La miro. Me mira. Nos miramos. Todo va bien.
        A Escu lo veo feliz.
        Luis y Lou salen a escena. A Luis le gusta el lenguaje. A Lou la Doña. Versionean Malagueña Salerosa de Chingón. Lou tiene una voz con la que podría hacer añicos un par de miles de copas de cristal. Luis un cuerpo pequeño donde parece imposible que quepan un corazón tan grande y un ingenio tan lúcido. Lou interpreta Caminando, Luis, La Razón de la Tristeza. Tres temas y dos músicos de lujo, para un público, también de lujo.


        Fotos, tragos de matequila y guitarras enfundadas. Malasaña espera.
        La calle huele a cerveza, a gente que espera lo mejor de la noche. Domínguez está en casa, pero se siente extranjero. No tiene cabida en este mundo. Anda a rebufo del grupo. Donde nadie lo ve. Un bar, unas copas. Conversaciones amables. Gente desconocida y muchas cosas que contar. Sin riesgo de aburrir. Como la música que se escucha por primera vez.
        Otro bar, más cervezas. Toni y Javier, La Frontera, son los primeros en cruzar el límite del bien y del mal.
        ¿Y la Vía Láctea?, pregunto. No es lo que era, me dicen. Vamos, digo.
        No es lo que era.
        Domínguez no está de acuerdo, pero decidimos evitar los bares y bebemos en casa de la hermana de un amigo. Casa Mónica.
        Las afinidades existen o no existen. Puedes convivir con personas con las que ni el paso del tiempo logra engancharte al vagón de su devoción. Con otras, únicamente son necesarios un par de gestos y una actitud para decidir que esos que hace unas horas eran gente desconocida, ya son amigos. Esta noche, en Madrid, hemos hecho buenos amigos.

        La Autovía de Andalucía lo es al principio de Castilla La Mancha. Algún molino de viento a los lados. Domínguez se agita en el asiento de atrás luchando contra sus fantasmas. Cual Quijote en un delirio. Hace seda a pierna suelta tras una noche en vela. Sois unos soplapavas, nos dijo cuando nos fuimos a dormir
        La Andalucía morisca ya no está separada del Norte por el Puerto de Despeñaperros. La modernidad y la seguridad han vuelto a este país y los clanes de bucaneros que lo habitan, aburrido y cargante. Suena Loco Lunático, de Luis Auserón.
        En Bailén enfilamos hacia la Alhambra y dejamos a diestra la mezquita de Córdoba.
        En Granada, a los pies del Albaicín, nos esperan Barrakus y Ana María. Esa clase de amigos que el tiempo, después de mucho pasar, todavía nos permite seguir descubriendo afinidades.
        Ginés, librero de Nueva Gala, combina simpatía andaluza y competencia germana. Entre unos cuantos fieles seguidores de la librería, del rugby y del rock'n'roll la reunión en la coqueta sala de presentaciones es nutrida. Barrakus, que se descubre haciendo la introducción, piensa de mí lo mismo que yo pienso de él. Afinidades conocidas.
        Tras la presentación, más bares. Uno de rugby con gente que habla de rugby. Un camarero con los modales de un caníbal. Cerveza y tapas. Un jugador con la pista perdida hace tiempo, Antonio. Domínguez odia el deporte.
        Poco después y pocas calles más allá, un bar de rock'n'roll. El blus (sin la e). Más gente desconocida unida por un riff de guitarra de mediados del siglo pasado. Suena, nos miramos, lo imitamos. Como si cada uno de nosotros fuera el mismísimo Johnny Burnette que sale por el stéreo. Ron y cola, suelas de zapatos que golpean el suelo y conversaciones sobre personas comunes. Isa, Javi y Jota, afinidades unidas por una música que nunca morirá.

        La mañana siguiente pesa. Domínguez huele muy mal. Son dos días de verano sin ducharse más los que arrastraba antes de salir. Café y tostadas para despedir a Barrakus. Domínguez nos mira con asco desde la mesa de al lado. Bebe un Dyc sin hielo.
        Buscamos la costa dirección Motril. Al llegar, giramos a nuestra izquierda. Subimos por el litoral almeriense, por una carretera salpicada de pueblos. Algunos están aprisionados entre un mar de plástico y el Mediterráneo. Tan estrechos que las calles no pueden huir. Ni sus vecinos de ellas. Suena Es Necesaria Una Navaja de Luis Auserón.
        El Ejido es un pueblo que no parece el típico pueblo de la geografía española. Casas muy bajas y un rascacielos que hace que parezcan todavía más bajas. Sus vecinos han llegado desde lugares muy diferentes. Hoy están de fiesta.
        En la Plaza Mayor hay una librería elegante y laureada. Una pareja, Matilde y Manuel, nos obsequian a la llegada con el mejor de los regalos: una conversación de cadencia sosegada e ininterrumpida. Son dos libreros que muestran un arma sencilla y contundente: la pasión por los libros. Llega Laura. Toñi nos dispara con su cámara. El local se va llenando poco a poco de parroquianos. Todos muestran sus sonrisas preferidas, como la mañana almeriense. Los momentos son de una cordialidad tan sincera que cuesta abandonarlos. Los diálogos no tienen fin, pero el tiempo apremia.

         Almería es una ciudad con una arquitectura setentera, con unos ciudadanos que mantienen la familiaridad de aquellos años. Como si el tiempo pasara más despacio y solo unos pocos tiraran de la soga de la transformación, pero el otro extremo estuviera todavía lejos. No existe tanta prisa como en el resto de la península, y es de agradecer. Si se conocieran sus entrañas y no solo su perfume, muchos miles la elegirían como su retiro dorado.
         En la Plaza Balneario San Miguel, Librería Zebras es un volcán en erupción. En pocos meses la lava ya alcanza a todo un barrio. Pronto, la ciudad entera estará contagiada por el calor y la energía de Belén y todo el equipo que la acompaña. Suena la BSO de Estúpidos y Felices, el público bebe matequila y nosotros, a ocho centenares de kilómetros de casa, nos sentimos como si ya estuviéramos en ella.
        Tras la presentación, diálogos en múltiples direcciones. Invitaciones para no volver: La Manga, Granada, Cabo de Gata y la propia Almería.
        On the road.
        Dominguez se acerca, donde los dos lo podamos ver con claridad. Suena Luis Auserón. 
      -Me habéis jodido cuatro días de mi puta vida, fantoches. Y pon rocanrol, capullo. Rocanrol con C de castizo.




3 comentarios:

  1. el libro es,una reliquia,me meti en el personaje,afortunadamente,no soy un buen bebedor...,pero disfrute con la lectura,y en este momento,escuchando la musica,del contenido...un saludo

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    Respuestas
    1. www.fredybenedi.blogspot.com17 de julio de 2013, 6:37

      El personaje tiene muchas cosas que, afortunadamente, no tiene la mayoría de la gente. Me alegro que te haya gustado, Escu.

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    2. Hola Miguel y mis disculpas. Ahora veo este mensaje tan agradecido que no había visto hasta hoy mismo. Te devuelvo las gracias y me alegro que lo hayas disfrutado. Un abrazo!!!!

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