30 de septiembre de 2012

LA YESI

La Yesi es una lumi que vive y trabaja en El Raval, Barcelona.

La Yesi es la compañera de Domínguez, un policía borracho, resentido y con una historia tras de sí que lo persigue en sus noches de insomnio. 

Domínguez es el personaje central de mi segunda novela. Estúpidos y Felices.

La Yesi y Domínguez son dos tipos que viven como no vive la mayoría de la gente. Aquí les presento a la primera. Trátenla bien, que no responde de sus actos.

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21 de septiembre de 2012

UN PASEO POR EUROPA (Y II)

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Munich son Flohmarkts. Munich es Dachau. Munich es el Hauptbahnhof.

Uno de los deportes preferidos de los vecinos de Munich es vender sus propias pertenencias. Las que han conservado durante muchos años de sus vidas e incluso las heredadas de sus antepasados. También compran. Y vuelven a vender. Es un especie de pasatiempo y lo tienen bastante bien organizado. En Daglfing, en un hipódromo de carreras de caballos con tiro, los fines de semana es una fiesta de baratijas, ropa y objetos locales. Desde las 6 de la mañana de los sábados y domingos gente peculiar con interesantes piezas se reúnen para que otros las vean, toquen y negocien precios. Se puede pasar una jornada mucho más instructiva sobre la vida bávara que en cualquier museo. La vida de la gente real, de los trabajadores, no de artistas, líderes ni gente importante. Y te puedes relacionar con ellos como lo harías con cualquier vecino de tu casa. Incluso mejor.
Hay un bar, elemento importante en esta clase de lugares, donde puedes comerte un bratswurt y beberte una buena cerveza en una jarra comprada en el mismo mercadillo. Las hay de todos los diseños, épocas y precios.


La puerta de entrada a Dachau, la original, que está a pocos metros de lo que ahora es el centro de visitantes del antiguo campo de concentración nazi, tiene poco de acogedora. De agradable. “El trabajo os hará libres” dice en la verja de hierro que te da la bienvenida. El campo lo creó Himmler y fue el primero y modelo de muchos otros que vendrían después. Primero fueron activistas discrepantes con el régimen nacionalsocialista, luego judíos, más tarde combatientes. En total casi 200.000 personas pasaron por allí. Unas 40.000 murieron. 

El campo, ahora convertido en museo, está plagado de fotos, de películas y de objetos de aquél entonces. Los barracones, que fueron derribados, se reconstruyeron posteriormente para mostrarlos a los visitantes. Es sencillo imaginar un sólo día de vida allí. Tuvo que ser muy difícil soportarlo. Las imágenes de la liberación por el ejército aliado, son terribles. Alemania, al final de la guerra, estaba hundida económicamente. No disponían de medios ni dinero para enterrar a los muertos. Ni carbón para quemarlos. Los cadáveres son amasijos de huesos retorcidos en posturas imposibles. Cráneos y pómulos sin carne. Sólo la piel protegía a eso que encontraron los primeros que entraron y que no parecían personas. Una bandera republicana española, al final de un vídeo, terminando la visita, pone la piel de gallina.
Para muchos que no tuvieron la suerte de ver aquél día, el intento de escapada con resultado de muerte, fue la verdadera liberación. Abandonar el sufrimiento por un futuro anónimo era la mejor de las opciones.

El Hauptbahnhof es de esos sitios que te apetece visitar después de leer en una guía escrita por intelectuales progresistas, que “estamos ante un barrio decadente y arriesgado”. Allí hay putas, inmigrantes y currantes que se emborrachan. Es de suponer que es la decadencia a la que se refiere el tipo que así lo califica. Algún menda que vive en alguna zona residencial y que solo escribe de paseos agradables por un centro histórico repleto de cafés, también muy agradables, y rellenos a su vez de pisaverdes y gente vestida con mucho gusto. Al menos con ropa muy cara. En el Hauptbahnhof hay gente interesante, un buen bar con vídeos de boxeo y restaurantes orientales que te dan bien de comer por poco dinero. Sitios para sentirse muy bien, al lado de tipos que no gustan a los que escriben las guías de viaje.


El Ebro siempre me ha parecido un río de un tamaño considerable. Especialmente en mi ciudad, Zaragoza, y cuando pasa la frontera catalana. En la parte de Mora La Nova, donde las industrias lo intoxican, el río disfruta de buenos valles y juguetea con montañas que lo cuidan con mimo. Parece que te habla con un aire enfático. 
 
El Rhin tiene un caudal desmedido, es aristocrático en las formas y te engaña escondiéndose y mostrándose entre pueblos de casitas de azúcar y gente sana que viaja en bici. Desde Bingen hasta Coblenza en un ida y vuelta por estrechas carreteras y paradas en localidades, castillos, restaurantes y vistosas curvas se puede pasar una jornada de las de recordar. Sobre todo si, como el que suscribe, se realiza en buena compañía.

Un buen concierto de Tito & Tarántula en un club de motoristas te deja la cabeza con una marea que parece nunca vaya a terminar de bajar y un trozo de corcho por cara. Fue en Zellhausen, un pequeño pueblo de Frankfurt am Main, donde la gente bebía y mantenía modales palaciegos hasta que la bebida se apoderó de los modales. Los vasos volaron, los recipientes de basura se fugaron y la ambulancia trabajó a destajo. Hubo un poco de sangre, la normal en estos casos.
La noche se quedará mucho tiempo en la memoria.

Colonia es una ciudad casi mediterránea. No tiene casi nada de la arquitectura del Munich bávaro, ni de las ciudades que rodean el Rhin, ni siquiera de su apéndice Bonn, la antigua capital de la República Federal Alemana. Tampoco comparte sus costumbres. En Colonia hay mucho indigente, muchos bares y más fiesta que en la media del resto de Alemania. Como en toda esa parte del país también hay gente con mucho dinero y buenos coches. De los que solo se ven por allí.
Nos volvimos a unir al deporte de los Flohmarkts, costumbre también muy arraigada en la ciudad (http://www.koeln.de/koeln/einkaufen/flohmaerkte). Y al de los discos de vinilo. Un buen lugar para comprar, eso sí a precios de filón, es Parallel, en la Aachener Strabe, 5. Una de las tiendas más grandes y con más piezas de sonido analógico que creo haber visto.

La catedral de Colonia es tan gótica que cualquiera que nunca hubiera estudiado ni una sola página de arte en la escuela, sabría identificarla. Mide casi 160 metros y durante mucho tiempo fue el edificio más alto del mundo. Es estrecha, alargada, casi quijotesca, y por la noche las tenues luces que la iluminan contraen ligeramente el corazón, aceleran el pulso y entrecortan la respiración.

El Rhin también pasa por Colonia y a sus orillas, en la parte vieja de la ciudad, sus gentes aprovechan los pocos rayos de sol que les ha tocado en algún reparto mal hecho.
El viaje, son quince días que empiezan saliendo desde Barcelona en algún barco que te deja en Roma. Cuatro días después, se pasa por Mantova y se duerme en Verona. Luego otra noche en Innsbruck. Dos en Munich. Fin de semana por el Rhin y fin en Colonia y Bonn. La vuelta, un día de asfalto, estaciones de servicio y semáforos verdes tras pagar peajes por viajar. Al final, luces. Muchas luces que no abandonan el pensamiento hasta que poco a poco se van fundiendo con lo que pronto serán recuerdos. Recuerdos que ya nunca se irán.




19 de septiembre de 2012

GUIA DEL SÁBADO 22 DE SEPTIEMBRE

El sábado, noche de rock'n'roll. Por un lado, en el Poeta Eléctrico, Dr. Cuti y sus Mogambos nos ofrecerán su show con música de New Orlèans, vudú y mucho sabor a bayou de Louisiana.  
El espectáculo lo merece, no te lo pierdas.


Por otro lado, en el Arena Rock, noche de surf con Los Twangs y El Gran Miércoles, grupo homónimo de la película de los 70 dirigida por John Millius.
Luego, como siempre, fiesta post-concierto dirigida por los mejores Dj's de la ciudad.

9 de septiembre de 2012

UN PASEO POR EUROPA (1ª parte)


Viajar es conocer. Viajar es conocerse. Compartir los rostros que no conoces y los que dejas atrás. Los que volverás a ver. Viajar es conocer a la persona con quién compartes el viaje, esa a la que nunca llegarás a conocer del todo. Aunque siempre la descubras un poco más. Y ese poco de descubrir cada día, que en los viajes es mucho, te regala inmensos motivos para seguir compartiendo las vidas mutuas. Que al final solo es una.

Censurar a las gentes que no viajan o que lo hacen según el plan previsto por otros que no conocen y acompañadas por otras gentes que tampoco conocen, es un asunto demasiado manido por los que hacen justo lo contrario. Que son minoría.


Me gustaría husmear en las mentes de los que hipotecan una página tan importante de su vida por compartir durante interminables horas un asiento de autobús con un niño zampabollos. Los que siguen como terneros lechales una bandera o un reclamo que un tipo lleva de mala gana. Los que soportan en posición de letargo los monocordes relatos de un guía sobre tal o cual ciudad que ya les aburre antes de conocerla. Y solo desean llegar a la siguiente sabedores de que también les aburrirá.

 
Darse un paseo por Europa en tu propio coche y con la persona que compartes la vida, tiene tantos riesgos como sacar la basura por la noche en una zona residencial de alta gama. Planear el garbeo tú mismo es tan goloso como después recordarlo. Casi tanto como el propio paseo.

Tres días cargando las baterías de sol en cualquier lengua de arena del Mediterráneo dan suficiente energía para enfrentar otros quince en lugares nunca antes vistos.

Una buena forma de llegar a Roma es tomando un ferry en Barcelona. Siempre había deseado saludar desde un barco hacia tierra con ese encanto con el que saluda cualquier familia real de cualquier país civilizado. Aunque en tierra no tuviera a nadie a quién saludar. Veinte horas después el ferry te deja a solo una de la capital de aquél imperio que ya no lo es. Allí la gente habla incluso a un nivel más alto que en España. Son bastante perdonavidas y los camareros no ganarían ningún premio a la mejor atención al cliente. Son tan bastardos como nosotros los españoles y eso los hace apetecibles. De esos sitios canallas en los que uno se quedaría a vivir. 

Roma tiene piedras desperdigadas por cualquier lugar. Unas ordenadas y encajadas hacia arriba y hacia los lados. Otras simplemente tiradas en parques o calles a modo de muchas cosas. Tiene tantos vestigios de un pasado, tan extenso como lejano, que es imposible descubrirlos todos. Tantos como caras para mirarlos. En Agosto Roma está rebosante de humanidad. Hay gentes de todos los rincones de este mundo y puede que incluso de otros mundos. Tanta como calor. En Agosto el asfalto de Roma quema bajo los pies y el sol derrite el poco seso que los prodigios constructivos dejan al visitante. Hay obras de arte decorando el menor de los espacios y cuando se pasa delante de un Dalí, un Picasso o un Monet ya nadie le da importancia, porque es tal el cúmulo esparcido de belleza que lo notable parece suficiente. Hay algún paseo, como el de Piazza Navona a Piazza Espagna pasando por el Panteón y la Fontana de Trevi, en el que se podría estar durante días y durante años dando vueltas sin parar y siempre se descubriría algo diferente. Como ocurre con las personas. Los más glotones también podrían pasar días enteros comiendo helado de chocolate en el bar San Calisto. En el Trastevere. 
 
Pero en Roma, como en el resto del mundo, el pasado no solo se encuentra en museos, casonas o castillos. Llevarte recuerdos de tu paso por la ciudad evitando la zafiedad de los centros comerciales o tiendas de souvenirs, es posible en el mercado de Porta Portese. Rastros o Flea Markets son enormes baúles llenos de memoria olvidada. De gente que ha desechado objetos o pertenencias que ya no puedes adquirir en los comercios al uso. Discos, muebles, pasquines de guerra, periódicos anunciando noticias que hicieron historia. Todo mezclado con puestos de ropa de saldo, de gafas de marcas tan falsas como un compromiso electoral, de baratijas que no suelen servir para nada. Entrar en un mercadillo callejero es entrar en otras vidas. En la historia de gentes que venden sus propias pertenencias u objetos que pertenecieron a otros. Que seguirán perdurando aunque sus primeros dueños ya no estén. Y que pasan de mano en mano continuando una interminable historia. Incluso traspasando fronteras.

Poco más de cuatro horas separan Mantova de Roma. Treinta minutos más al norte se encuentra Verona. Las dos ciudades son cariñosas cuando se pasea por ellas. Son como un postre dulzón después de un hartazón de divinidad. Aunque no se haya visitado el Vaticano. Mantova te acoge a través de sus calles cubiertas por arcos, su plaza amable y una iglesia rehabilitada con fraternidad popular. No te pide mucho tiempo para recorrer su centro más histórico, pero te devuelve unas buenas dosis de sosiego que tampoco harán falta en Verona. 
 
Verona es una de las ciudades más interesantes de Italia. No es muy grande y es tranquila. Como en el resto de Italia, no anda escasa de iglesias y palacios. Puentes que cruzan el río Po y puertas que antaño defendían la ciudad. Además tiene el Castelvecchio, un castillo con una interesante rehabilitación setentera. Pero para uno que gusta de espacios abiertos, las plazas de la ciudad, comunicadas todas ellas por estrechas calles, son un recorrido que podría servir de manual sobre cómo organizar una ciudad y que sus habitantes no la deseen abandonar jamás. Erbe, San Zeno, Signori y Brà semejan cuatro salones del mejor de los palacios, cuatro plazuelas por donde pasear como si fuera tu propia casa. El Arena es un Coliseo romano a escala ligeramente más reducida pero con partes mejor conservadas. Si se ven los dos, se pueden recomponer en cualquier cabeza como pudo ser cualquiera de las batallas que allí se libraban. Ahora, el teatro y la ópera le han ganado terreno a los combates de gladiadores. El aforo, tan grande como el número de los habitantes de la ciudad en los tiempos de su construcción.

La frontera entre Italia y Austria, como casi todas en Europa, está unida por una autopista que atraviesa los Dolomitas y sus valles y sus bosques. Pueblos de pocas casas y grandes iglesias salpican el paisaje que, dos horas después de Verona, lleva hasta Innsbruck. 
 
Cualquier latino al que se le informara del presupuesto en limpieza del ayuntamiento de la ciudad, interpretaría que Innsbruck debería de estar sucia. Los datos suelen obviar referencias que los números no pueden contener. Por ejemplo, el civismo inculcado a sus habitantes para con los lugares que no son propios. Los que son de todos. Esos espacios que, en general, el latino piensa que no son de nadie.
Una plaza albergaba durante todo el día una especie de feria con casetas de bebida, comida y productos artesanales. Otra especie de hombre orquesta animaba la noche con temas populares y otros no tanto. La gente bebía. Bebía bastante. Y comía. Sobre todo bratswurts. Los desperdicios no iban al suelo. Ni los vasos, ni los papeles. La franja de edad de los asistentes era amplia. No todo eran ancianas educadas en otro tiempo y con otras disciplinas.
El centro de la capital del Tirol gira sobre el tejado de oro. Si se empieza a recorrer la ciudad casi siempre se termina en la fachada de la casa que un tal Maximiliano se construyó para ver los torneos medievales. La parte vieja tiene abundantes casas construidas en el medievo y se puede ver en media tarde. Hay un teleférico que te acerca a sitios desde donde la vista se puede recrear durante largos minutos. Desde algunas partes del centro también se ve la conocida pista que alberga los saltos de esquí de año nuevo y que la gente responsable suele ver al mediodía.
Yo nunca los he visto.
El siguiente destino es Munich y será la segunda y última parte del paseo por Europa.