Munich
son Flohmarkts. Munich es Dachau. Munich es el Hauptbahnhof.

Hay
un bar, elemento importante en esta clase de lugares, donde puedes
comerte un bratswurt y beberte una buena cerveza en una jarra
comprada en el mismo mercadillo. Las hay de todos los diseños,
épocas y precios.
La
puerta de entrada a Dachau, la original, que está a pocos metros de
lo que ahora es el centro de visitantes del antiguo campo de
concentración nazi, tiene poco de acogedora. De agradable. “El
trabajo os hará libres” dice en la verja de hierro que te da la
bienvenida. El campo lo creó Himmler y fue el primero y modelo de
muchos otros que vendrían después. Primero fueron activistas
discrepantes con el régimen nacionalsocialista, luego judíos, más
tarde combatientes. En total casi 200.000 personas pasaron por allí.
Unas 40.000 murieron.

Para
muchos que no tuvieron la suerte de ver aquél día, el intento de
escapada con resultado de muerte, fue la verdadera liberación.
Abandonar el sufrimiento por un futuro anónimo era la mejor de las
opciones.
El
Hauptbahnhof es de esos sitios que te apetece visitar después de
leer en una guía escrita por intelectuales progresistas, que
“estamos ante un barrio decadente y arriesgado”. Allí hay putas,
inmigrantes y currantes que se emborrachan. Es de suponer que es la
decadencia a la que se refiere el tipo que así lo califica. Algún
menda que vive en alguna zona residencial y que solo escribe de
paseos agradables por un centro histórico repleto de cafés, también
muy agradables, y rellenos a su vez de pisaverdes y gente vestida con
mucho gusto. Al menos con ropa muy cara. En el Hauptbahnhof hay gente
interesante, un buen bar con vídeos de boxeo y restaurantes
orientales que te dan bien de comer por poco dinero. Sitios para
sentirse muy bien, al lado de tipos que no gustan a los que escriben
las guías de viaje.
El
Ebro siempre me ha parecido un río de un tamaño considerable.
Especialmente en mi ciudad, Zaragoza, y cuando pasa la frontera
catalana. En la parte de Mora La Nova, donde las industrias lo
intoxican, el río disfruta de buenos valles y juguetea con montañas
que lo cuidan con mimo. Parece que te habla con un aire enfático.

Un
buen concierto de Tito & Tarántula en un club de motoristas te
deja la cabeza con una marea que parece nunca vaya a terminar de
bajar y un trozo de corcho por cara. Fue en Zellhausen, un pequeño
pueblo de Frankfurt am Main, donde la gente bebía y mantenía
modales palaciegos hasta que la bebida se apoderó de los modales.
Los vasos volaron, los recipientes de basura se fugaron y la
ambulancia trabajó a destajo. Hubo un poco de sangre, la normal en
estos casos.
La
noche se quedará mucho tiempo en la memoria.

Nos
volvimos a unir al deporte de los Flohmarkts, costumbre también muy
arraigada en la ciudad
(http://www.koeln.de/koeln/einkaufen/flohmaerkte).
Y al de los discos de vinilo. Un buen lugar para comprar, eso sí a
precios de filón, es Parallel, en la Aachener Strabe, 5. Una de las
tiendas más grandes y con más piezas de sonido analógico que creo
haber visto.

El
Rhin también pasa por Colonia y a sus orillas, en la parte vieja de
la ciudad, sus gentes aprovechan los pocos rayos de sol que les ha
tocado en algún reparto mal hecho.
El
viaje, son quince días que empiezan saliendo desde Barcelona en
algún barco que te deja en Roma. Cuatro días después, se pasa por
Mantova y se duerme en Verona. Luego otra noche en Innsbruck. Dos en
Munich. Fin de semana por el Rhin y fin en Colonia y Bonn. La vuelta,
un día de asfalto, estaciones de servicio y semáforos verdes tras pagar peajes por viajar. Al final, luces. Muchas
luces que no abandonan el pensamiento hasta que poco a poco se van fundiendo con lo que pronto serán recuerdos. Recuerdos que ya nunca se irán.
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