
Cuestión de Galones cumplirá pronto un año de ser publicada, pero mi absoluta nulidad para adaptarme a las nuevas tecnologías ha hecho que no pudiera leer la novela hasta hace casi un mes. Ha sido editada únicamente en formato para e-books, of course.
Ricardo diseña una Zaragoza futurista sin caer en excentricidades. La cubre de agua y canales y la sitúa en el año 33 después de la Expo. Los personajes se desplazan en motos acuáticas, con atascos incluidos, y las aparcan como lo haría un cowboy en un western de corte clásico. Los protagonistas se comunican entre sí, piensan y actúan como lo harían hoy mismo. Más bien como la mayor parte de la masa social lo ha hecho siempre. Porque Cuestión de Galones está escrita para un tipo de lector muy abundante, muy común, pero a la vez instruido y exigente.
Comienza narrando la hipotética desaparición el Real Zaragoza agobiado por las deudas. A mí, personalmente, se me saltó alguna lágrima. Pero no de desconsuelo, claro, más bien de deseo. El waterpolo ahora es el deporte rey en Zaragoza y la estrella del equipo ha sido encontrada flotando en uno de los canales de la ciudad.
A partir de esa trama, Ulises Sopena, un oficial de la policía acuática y la subteniente Fitzpatrick, una devoradora de pintas de Guinness de ascendencia irlandesa tendrán que resolver el caso.

Disfrutar, pues, de una novela divertida, amena y bien estructurada. Complicado aglutinar tanta cualidad. Para los nostálgicos del offset, la única pega es que sólo esté disponible en formato e-book. Pero los tiempos mandan.
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