Último
jueves de junio. Tres de la tarde. El calor no ahoga, pero aprieta.
Salimos de Zaragoza. Suena Dion & The Belmonts en la carretera.
Huele a asfalto, a llantas que se agotan. Vehículos rellenos de
gente que van o vienen de vacaciones. Domínguez, desde el asiento de
atrás, observa todo a través del humo de su bisonte. Nosotros dos,
delante.
Yo
manejo.
-¿Va
cómodo? -le pregunto.
Domínguez
fuerza una mueca que intenta transmitir amabilidad. Pero no le sale.
Lo
miramos.
Nos
miramos.
-¿Me
lees? -pregunto.
-Claro
-oigo contestar.
Domínguez
nos mira de reojo.
Pasamos
por Calatayud. Un pitillo. Un descanso de la lectora.
-¿Dónde
vamos? -pregunto.
-A
Madrid. A presentar Estúpidos y Felices -oigo responder.
Domínguez,
ahora sí, se acerca a nuestros asientos y nos enfila a cada uno con
un ojo.
-No
me gustan las presentaciones en sociedad, capullos -son sus primeras
palabras tras una hora de viaje. Serán las últimas.
Durante
la hora y media siguiente no escucho nada más que la lectura de
Estúpidos y Felices. Domínguez fuma y de vez en cuando da un trago
a su petaca. Luego, un espasmo. Hace como que no, pero nosotros
sabemos que le gusta.
Al
llegar a Guadalajara comienza un desfile de centros comerciales,
naves industriales que ya no producen y colmenas residenciales que no
se venden. Hago el último intento.
-¿Contento
de volver al Foro?
Que
te jodan, mascachapas. Le leo el pensamiento.
Parece
que el resto del mundo ha quedado en Madrid a la hora en que nosotros
entramos. No hay lectura. Suena Burning.
Llegamos
al hotel. Una habitación doble. Domínguez piensa que Madrid es el
mejor lugar para pasar la noche en vela. Aunque tampoco lo dice.
En
la Plaza Dos de Mayo, en Malasaña, hay bares, terrazas, puestos y
mucha gente con ganas de vivir la vida bien vivida. Una cerveza y un
reencuentro casual tras muchos años. Unas cervezas muy frías y un
Dyc sin hielo.
Muchos
esfuerzos después conseguimos despegar a Domínguez de la silla y el
vaso de whisky. Llegamos a librería Arrebato.
Mónica,
Lou y Luis llegan. Besos. Abrazos. Sonrisas sinceras. Luego llega
Escu. Una enciclopedia curtida en la calle. En la puta calle. Más
cervezas.
Llega
la hora. Domínguez se deja querer por un rincón. Nadie lo ve. Ni a
él ni a su petaca.
Yo
comienzo a hablar y pienso en la gente que me escucha. Miro sus
caras, sus poses. No los conozco, pero a los cinco minutos todos
parece que llevemos allí media vida.
La
miro. Me mira. Nos miramos. Todo va bien.
A
Escu lo veo feliz.
Luis
y Lou salen a escena. A Luis le gusta el lenguaje. A Lou la Doña.
Versionean Malagueña Salerosa de Chingón. Lou tiene una voz
con la que podría hacer añicos un par de miles de copas de cristal.
Luis un cuerpo pequeño donde parece imposible que quepan un corazón
tan grande y un ingenio tan lúcido. Lou interpreta Caminando,
Luis, La Razón de la Tristeza.
Tres temas y dos músicos de lujo, para un público, también de
lujo.
Fotos, tragos de matequila y guitarras enfundadas.
Malasaña espera.
La calle huele a cerveza, a gente que espera lo mejor
de la noche. Domínguez está en casa, pero se siente extranjero. No
tiene cabida en este mundo. Anda a rebufo del grupo. Donde nadie lo
ve. Un bar, unas copas. Conversaciones amables. Gente desconocida y
muchas cosas que contar. Sin riesgo de aburrir. Como la música que
se escucha por primera vez.
Otro bar, más cervezas. Toni y Javier, La Frontera,
son los primeros en cruzar el límite del bien y del mal.
¿Y la Vía Láctea?, pregunto. No es lo que era, me
dicen. Vamos, digo.
No es lo que era.
Domínguez no está de acuerdo, pero decidimos evitar
los bares y bebemos en casa de la hermana de un amigo. Casa Mónica.
Las afinidades existen o no existen. Puedes convivir
con personas con las que ni el paso del tiempo logra engancharte al
vagón de su devoción. Con otras, únicamente son necesarios un par
de gestos y una actitud para decidir que esos que hace unas horas
eran gente desconocida, ya son amigos. Esta noche, en Madrid, hemos
hecho buenos amigos.
La Autovía de Andalucía lo es al principio de
Castilla La Mancha. Algún molino de viento a los lados. Domínguez
se agita en el asiento de atrás luchando contra sus fantasmas. Cual
Quijote en un delirio. Hace seda a pierna suelta tras una noche en
vela. Sois unos soplapavas, nos dijo cuando nos fuimos a dormir
La Andalucía morisca ya no está separada del Norte
por el Puerto de Despeñaperros. La modernidad y la seguridad han
vuelto a este país y los clanes de bucaneros que lo habitan,
aburrido y cargante. Suena Loco Lunático, de Luis Auserón.
En Bailén enfilamos hacia la Alhambra y dejamos a
diestra la mezquita de Córdoba.
En Granada, a los pies del Albaicín, nos esperan
Barrakus y Ana María. Esa clase de amigos que el tiempo, después de
mucho pasar, todavía nos permite seguir descubriendo afinidades.
Ginés, librero de Nueva Gala, combina simpatía
andaluza y competencia germana. Entre unos cuantos fieles seguidores
de la librería, del rugby y del rock'n'roll la reunión en la
coqueta sala de presentaciones es nutrida. Barrakus, que se descubre
haciendo la introducción, piensa de mí lo mismo que yo pienso de
él. Afinidades conocidas.
Tras la presentación, más bares. Uno de rugby con
gente que habla de rugby. Un camarero con los modales de un caníbal.
Cerveza y tapas. Un jugador con la pista perdida hace tiempo,
Antonio. Domínguez odia el deporte.
Poco después y pocas calles más allá, un bar de
rock'n'roll. El blus (sin la e). Más gente desconocida unida por un
riff de guitarra de mediados del siglo pasado. Suena, nos miramos, lo
imitamos. Como si cada uno de nosotros fuera el mismísimo Johnny
Burnette que sale por el stéreo. Ron y cola, suelas de zapatos que
golpean el suelo y conversaciones sobre personas comunes. Isa, Javi y
Jota, afinidades unidas por una música que nunca morirá.
La mañana siguiente pesa. Domínguez huele muy mal.
Son dos días de verano sin ducharse más los que arrastraba antes de
salir. Café y tostadas para despedir a Barrakus. Domínguez nos mira
con asco desde la mesa de al lado. Bebe un Dyc sin hielo.
Buscamos la costa dirección Motril. Al llegar, giramos
a nuestra izquierda. Subimos por el litoral almeriense, por una
carretera salpicada de pueblos. Algunos están aprisionados entre un
mar de plástico y el Mediterráneo. Tan estrechos que las calles no
pueden huir. Ni sus vecinos de ellas. Suena Es Necesaria Una
Navaja de Luis Auserón.
El Ejido es un pueblo que no parece el típico pueblo
de la geografía española. Casas muy bajas y un rascacielos que hace
que parezcan todavía más bajas. Sus vecinos han llegado desde
lugares muy diferentes. Hoy están de fiesta.
En la Plaza Mayor hay una librería elegante y
laureada. Una pareja, Matilde y Manuel, nos obsequian a la llegada
con el mejor de los regalos: una conversación de cadencia sosegada e
ininterrumpida. Son dos libreros que muestran un arma sencilla y
contundente: la pasión por los libros. Llega Laura. Toñi nos
dispara con su cámara. El local se va llenando poco a poco de
parroquianos. Todos muestran sus sonrisas preferidas, como la mañana
almeriense. Los momentos son de una cordialidad tan sincera que
cuesta abandonarlos. Los diálogos no tienen fin, pero el tiempo
apremia.
Almería es una ciudad con una arquitectura setentera,
con unos ciudadanos que mantienen la familiaridad de aquellos años.
Como si el tiempo pasara más despacio y solo unos pocos tiraran de
la soga de la transformación, pero el otro extremo estuviera todavía
lejos. No existe tanta prisa como en el resto de la península, y es
de agradecer. Si se conocieran sus entrañas y no solo su perfume,
muchos miles la elegirían como su retiro dorado.
En la Plaza Balneario San Miguel, Librería Zebras es
un volcán en erupción. En pocos meses la lava ya alcanza a todo un
barrio. Pronto, la ciudad entera estará contagiada por el calor y la
energía de Belén y todo el equipo que la acompaña. Suena la BSO de
Estúpidos y Felices, el público bebe matequila y nosotros, a ocho
centenares de kilómetros de casa, nos sentimos como si ya
estuviéramos en ella.
Tras la presentación, diálogos en múltiples
direcciones. Invitaciones para no volver: La Manga, Granada, Cabo de
Gata y la propia Almería.
On the road.
Dominguez se acerca, donde los dos lo podamos ver con
claridad. Suena Luis Auserón.
-Me habéis jodido cuatro días de mi puta vida,
fantoches. Y pon rocanrol, capullo. Rocanrol con C de castizo.
el libro es,una reliquia,me meti en el personaje,afortunadamente,no soy un buen bebedor...,pero disfrute con la lectura,y en este momento,escuchando la musica,del contenido...un saludo
ResponderEliminarEl personaje tiene muchas cosas que, afortunadamente, no tiene la mayoría de la gente. Me alegro que te haya gustado, Escu.
EliminarHola Miguel y mis disculpas. Ahora veo este mensaje tan agradecido que no había visto hasta hoy mismo. Te devuelvo las gracias y me alegro que lo hayas disfrutado. Un abrazo!!!!
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